REFLEXIONES SOBRE LA MONARQUÍA DE UNA MONÁRQUICA CONFUNDIDA

Verónica Pardos

La monarquía es una institución que me cautiva. Sus orígenes son por todos conocidos, pero resulta difícil comprender cómo ha logrado sobrevivir a lo largo de los siglos, a pesar de las revoluciones y los turbulentos cambios sociales y culturales que, a día de hoy, la amenazan.

En el panorama político actual, donde parece que el Estado Autonómico se está descomponiendo y la nación española se divide en pequeñas naciones que reclaman derechos propios fuera de lo establecido por la Constitución, la monarquía juega un papel clave. En estos momentos en los que existen líderes políticos que abogan por la independencia y una autonomía mal entendida hacen que toda España reflexione sobre la utilidad y la necesidad de un rey que, en principio, carece de poderes propios y de capacidad de decisión.

Surgen, en este contexto, preguntas fundamentales: ¿es hora de terminar con la monarquía? ¿se ha convertido en una institución anticuada, anclada en el pasado? ¿deberíamos mirar hacia un futuro en el que España se consolide como una república? ¿ha fallado la monarquía en su misión original de mantener unido al pueblo español?

Si analizamos sistemas vecinos, podemos observar que las monarquías absolutas o bien han evolucionado hacia monarquías parlamentarias o, en su mayoría, han desaparecido por completo. Esto no significa que las monarquías parlamentarias sean “peores” que las repúblicas en cuanto a instauración y control de la democracia, ya que las connotaciones negativas y autoritarias anteriores ligadas a estos sistemas han desaparecido por completo. Es más, las monarquías parlamentarias que han logrado combinar tradición y modernidad, mostrando su compatibilidad y permitiendo el desarrollo de democracias plenas copan el índice de The Economist 2022 sobre calidad democrática, pudiendo encontrar a Noruega, Nueva Zelanda, Suecia y los Países Bajos entre las 10 primeras posiciones de este índice a nivel global.

Sin embargo, en España la monarquía parlamentaria tiene poca tradición, con apenas 40 años de existencia, y fue impuesta después de una larga dictadura y una brutal represión. A pesar de esto, la Constitución de 1978 logró un importante trabajo de democratización y racionalización que ha permitido su supervivencia, convirtiendo al rey en Jefe de Estado, "símbolo de unidad y permanencia, árbitro y moderador". España es la única monarquía subsistente que cuenta con legitimidad democrática de origen, ya que su existencia fue ratificada por todos los españoles mediante referéndum (legitimidad controvertida para algunos, sin embargo, al ser aprobada la monarquía cómo parte de un todo, y siendo la votación un “Sí” o “No” a la totalidad de la Constitución presentada.) Aun así, esta aparente aceptación popular no ha evitado que la monarquía haya enfrentado desafíos en el pasado y continúe enfrentándolos mientras la institución perdure.

Borbones, Austrias, José Bonaparte e incluso Amadeo de Saboya, venido y huído a su Italia natal han sido proclamados reyes en la península a lo largo de los siglos. De todas formas, la turbulenta historia monárquica, plagada de abdicaciones, regencias e intentos de repúblicas no había conocido, hasta la fecha, los beneficios de la monarquía parlamentaria, consiguiendo por fin la salida de la política del rey (cotitular del poder ejecutivo, o directamente dueño de este en la antigüedad.). Debemos resaltar como vital el hecho de que fuera el propio Francisco Franco en sus últimos años el que, a través de la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado de 1947 planeara la continuación del régimen a través de la solución monárquica. En mi opinión, la idea estaba muerta desde el inicio. Una dictadura tan claramente personalista como la que vivió España en su momento es incapaz de sobrevivir al dictador que la creó. Una vez muerto el dictador, una vez cortada la cabeza visible, es realmente complicado encontrar la manera de continuar su legado (así mismo ocurrirá con Hitler en la Alemania Nazi, con Stalin en Rusia o con Mussolini en Italia).

A través de la Ley de 1947, la intención del dictador era nombrar a Don Juan Carlos como su sucesor para que la dictadura franquista continuara en su persona, estableciendo como requisitos el juramento de las Leyes Fundamentales y lealtad a los Principios del Movimiento Nacional. Sin embargo, las cosas no sucedieron así. Muerto Franco, Don Juan Carlos ascendió al trono y desde temprano comenzó a apoyar la transición hacia la democracia. "La transición en España fue posible, en la forma en que se realizó, gracias al rey".

Es opinión extendida que Don Juan Carlos no tenía otra alternativa. Franco había fallecido y el pueblo comenzaba a despertar del largo letargo en que la dictadura los había sumido. Establecer una monarquía absoluta no era una opción. Por voluntad o por necesidad, el rey emérito apoyó desde sus comienzos una incipiente e inevitable democracia, ganándose así el apoyo del pueblo y los elogios de la opinión pública, aspectos fundamentales para perpetuar su reinado. Desde su posición de poder (era el monarca europeo con más influencia en ese momento), su apoyo fue vital para impulsar la transición en una sociedad todavía afectada por los horrores de la dictadura y profundamente dividida por las heridas aún sin cicatrizar de la Guerra Civil.

En cuanto a la política del momento, la elección de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno en sustitución de Arias Navarro puede resultar confusa y sorprendente a primera vista. Su pasado ligado a la Secretaría General del Movimiento, que representaba al régimen franquista, contrasta con los avances democráticos que impulsó durante su mandato, siendo uno de los más destacados la aprobación de la Ley para la Reforma Política. Esta ley fue, para muchos, el acto más arriesgado, inverosímil, audaz y, al mismo tiempo, decisivo de la Transición. Aprobada por las Cortes franquistas representó la muerte del propio régimen, y casi podría decirse que simbolizó su suicidio.

La aprobación del nuevo aparato legislativo por parte de las Cortes franquistas, cuyo principal objetivo era precisamente la transición a la democracia y la derogación de las Leyes Fundamentales, puede resultar también complicada de entender. Aunque es comprensible que los congresistas y senadores percibieran la inevitabilidad de estos cambios, aún resulta sorprendente que las instituciones franquistas aceptaran autodestruirse en el proceso. También es destacable el hecho de que Franco nombrara sucesor a Don Juan Carlos de Borbón en lugar de su padre, Juan de Borbón y Battenberg, quien era el legítimo heredero de la dinastía real al ser este hijo de Alfonso XIII. Este movimiento, impulsado por afinidad política y no por tradición, es sin duda un punto de inflexión que incluso a día de hoy apoya algunas de las posturas más escépticas frente a la monarquía. Se rompió en aquel momento la supuesta legitimidad dinástica que, de alguna forma, refrenda la figura monárquica como legado de sangre, siendo sustituida por criterios de simple conveniencia política.

En definitiva, la transición fue un puzzle enrevesado y tedioso que logró terminar encajando gracias a los esfuerzos de diferentes actores.“Consenso”, fue la palabra clave en un momento en que España lo necesitaba desesperadamente. Tanto los partidos de derecha como los partidos de izquierda (con matices) fueron capaces de unirse, utilizando la Unión de Centro Democrático (UCD) como plataforma de transición.

Desde ese momento, la máxima de Thiers "El rey reina, pero no gobierna" ha bañado a esta institución, reflejando que el rey es símbolo y encarnación del concepto de Estado, asimilable a la bandera o al himno nacional. Sin embargo, la Corona cuenta con un recurso adicional: la influencia.

El rey no posee auctoritas, es decir, poder para ordenar y ejercer sanciones en caso de incumplimiento. No obstante, sí cuenta con potestas, lo que significa que su figura se nutre de la opinión de la nación a la que representa. Es el conjunto de la sociedad, debido a su estatus y utilidad, quien decide otorgarle autoridad.

Esta autoridad, sin embargo, es concedida por el pueblo al aspecto simbólico del poder real, es decir, no a la persona en sí que ocupa el cargo, sino a lo que el cargo representa. El rey es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado español, no persona física propia. Nuestro rey no es don Felipe, ciudadano, sino Su Majestad el Rey.

El hecho de que la familia de Borbón sea la única línea sucesoria con "derecho" a heredar el trono es algo asumido y no cuestionado por los españoles, probablemente debido a la falta de poder real y al peso de la tradición. Estas personas son educadas desde jóvenes para asumir el papel de representantes del país en las relaciones con otros Estados . Son la cara visible de España, el símbolo de la nación encerrado en un cuerpo del que quedan desligadas las voluntades del hombre que lo representa; ejemplo de esto son los actos debidos del rey, sobre los que no se puede pronunciar ni decidir, pues son actos que no le afectan como persona con opiniones y valores, sino como símbolo independiente.

En ese sentido, el prestigio personal del monarca, sus acciones y sus escándalos pueden sin duda afectar la estabilidad de la institución. En el actual panorama político, la corona puede fortalecerse al ser vista como un foco de estabilidad en medio de la incertidumbre política, o puede ser derribada definitivamente debido al auge del movimiento independentista y republicano que utiliza la supuesta inutilidad de la institución como propaganda, así como al rechazo de la opinión pública por los actos y comportamientos del rey emérito, realizados como persona física pero indudablemente relacionados con su posición cómo símbolo del Estado español.

Como se ha visto a lo largo de la historia y respecto a la supervivencia de la monarquía, es imprescindible anticipar todos los posibles casos que puedan llegar a darse, con la vista puesta siempre en garantizar la sucesión. Personalmente pienso que actualmente, si existiera algún problema que hiciera que heredara la corona alguien sobre cuya legitimidad cupieran dudas razonables, los españoles despertaríamos del letargo en el que nos mantenemos, aceptando que en este siglo estos derechos se transmitan por sangre.

La división de roles a la que el rey debe someterse, separando su estatus de ciudadano con sus derechos constitucionales y su estatus de Rey como símbolo obligado a servir al interés de la comunidad, es ciertamente un desafío importante y difícil de manejar. La vida de la familia real está impregnada de juramentos, actos solemnes, guardias y la necesidad de refrendo en muchas de sus decisiones, incluso en aspectos de su vida privada. Estas figuras artificiales son útiles en la medida en que ayudan a organizar la sociedad, pero parece que el pueblo español en estos últimos tiempos está verdaderamente planteándose si la monarquía “vale lo que cuesta”.

El futuro de la monarquía española, lo desconozco por completo, pero sí que puedo admitir el desconocimiento popular generalizado sobre esta institución, del que me he podido alejar unos pasos gracias a esta reflexión, espero de interés, acerca de la desconocida realidad de los desafíos de la monarquía parlamentaria.

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