
Me he cansado de hablar, el vacío se ha asentado sobre mis hombros y pienso, mientras escribo, que de nada me sirve volver a alzar la voz si no hay oídos que me escuchen. Me he cansado de las miradas vacías, de palabras insulsas y de personas que, desde su posición de dominancia, me han negado, obviado o invisibilizado todas mis palabras y acciones sólo por el mero hecho de querer mantener su statu quo que le es favorable.
La lucha de las mujeres por ser iguales no es lejana a la lucha de las clases. Además de los hombres, hay que preguntarse por qué hay mujeres que todavía se muestran reticentes a la idea de feminismo. ¿Por qué si sufres no abres los ojos? Y una de las respuestas no es otra que el paradigma histórico al que seguimos subyugados: la posición social.
En la sociedad actual nos hemos dispersado del tema de la discriminación social, hemos dividido toda nuestra atención y centrado nuestras miradas en supuestos nuevos problemas que no son más que trozos que derivan de un mismo espejo. No es igual para una persona hablar desde una esfera de poder, respaldada por dinero y posibilidades, que hablar desde el suelo e intentar si quiera, atreverse a mirar hacia arriba.
Desde luego hay que reconocer que gran parte del motivo por el que una sociedad esté tan polarizada ideológicamente se debe, principalmente, a la brecha entre las clases medias-bajas y las clases altas. ¿Cómo podemos hacer que la población este bien si está fisurada? ¿Cómo podemos unir un país si este hace sangrar a unos por el bien de otros? No es posible solucionar la discriminación de género sin solucionar la discriminación de clases, de nada sirve salir a manifestar, a promover la lucha por tus derechos si luego acechas como un lobo a un cordero. De nada te sirve dar un discurso y proclamar que las mujeres somos iguales a los hombres cuando después de la manifestación, no reconozcas a las mujeres inmigrantes, racializadas o trans. De nada sirve buscar unidad cuando cincelas la sororidad desde un trono de hielo.
El ser humano es egoísta, cruel y a veces aquello que lo hace humano es aquello que limita su humanidad, el primer error que se comete al pensar en feminismo no es otro que intentar poner a las mujeres por encima de los hombres, aunque siendo esta afirmación falsa, ¿de qué mujeres estaríamos hablando? ¿Y de qué hombres estamos hablando? Realmente, ¿a quién ponemos por encima de quién? ¿Y cómo?
Influye mucho en nuestra forma de percibir los problemas sociales la posición que juegas en el tablero, es bien sabido que una reina no vale lo mismo que un peón. Por lo tanto, ¿por quiénes se lucha? ¿A quién pertenece ese bien común que se busca? ¿A todos o a sólo unos pocos privilegiados?
El feminismo, al igual que la lucha de clases, nos afecta a todos, porque ni los que están abajo están conformes con su posición ni los que están arriba quieren compartir podio. No está mal tener ideologías distintas, no está mal pensar distinto, es de hecho, algo fundamental para que la humanidad pueda progresar. Lo que está mal es la tendencia a rechazar lo que piensas (sea conscientemente o no) que es inferior a ti por los motivos que sean.
Lo que está mal no es tener o no tener dinero, lo que está mal es omitir, no escuchar, e intentar invisibilizar a quiénes están en todo su derecho de ser escuchados. Los oídos se hicieron para escuchar y nuestra mente, dotada de razón, para intentar alcanzar la tan inalcanzable utopía con la que muchos sueñan. El impedimento principal del progreso hacia una sociedad igualitaria es el muro atemporal e inamovible de la brecha social, ya que, tal y como estamos, sólo podemos avanzar si quiénes tienen el poder de hacernos avanzar deciden hacerlo.
Las veces en las que se ha podido alcanzar el progreso han sido contadas, limitadas, y con un proceso muy duro y lento, extremadamente lento. No, no es imposible conseguir el progreso de esta manera, ¿pero por qué deberíamos estar luchando por tanto por algo que es inherente a la humanidad? Esto nos lleva a pensar que nuestros valores son selectivos, y aplicables sólo a unos cuantos.
La sociedad igual para hombres y mujeres, sólo podrá ser real cuando al mirarnos los unos a los otros veamos humanos iguales de dignos que nosotros. Iguales. Por que lo somos, y ya deberíamos serlo.