Durante los últimos años, ha sido objeto de especial atención la emergencia de partidos y formaciones políticas a las que se ha calificado con la denominación genérica de populistas, ya que compartían los rasgos clásicos de este movimiento. Liderazgos carismáticos; apelación directa al pueblo; simplificación y simplicidad del mensaje; comprensión de la política en relación con la dialéctica amigo/enemigo. Al igual que había sucedido históricamente, hay formaciones que se identifican con posiciones conservadoras o reaccionarias y otras con ideas progresistas. En cualquier caso, su ideología no es lo más relevante para comprenderlas. Dominan los rasgos derivados de su condición de populistas. Primero se observó este fenómeno con curiosidad para posteriormente analizarse con preocupación. Líderes y movimientos populistas lograron victorias tan relevantes como la Presidencia de los Estados Unidos y Brasil o la mayoría necesaria para la salida del Reino Unido de la Unión Europea. En otros lugares su importancia no es, precisamente, una anécdota. Ejemplos no faltan: el nacionalismo secesionista catalán; el Frente Nacional en Francia; o el movimiento 5 estrellas en Italia. Son sólo algunos casos. La relación es mucho más amplia y obliga a estudiar este fenómeno desde otra perspectiva. La tesis que defiendo es que hoy es más exacto hablar de la política contemporánea como una política populista en la que todas las formaciones han asumido, con mayor o menor intensidad, esta forma de entender la política que denunciar la existencia de partidos populistas como elementos aislados del sistema.
La simple extensión geográfica del fenómeno y el hecho de que la victoria de estos partidos o movimientos no pueda considerarse como algo extraordinario, sería suficiente para poder defender esta tesis. Pero lo decisivo es que las formaciones políticas que definimos como tradicionales se han contaminado de muchos de los rasgos que caracterizan el populismo y, de hecho, hacen política populista. Por supuesto, hay diferencias entre Estados e, incluso, entre los partidos de un mismo País. Pero distintos rasgos propios del populismo se encuentran suficientemente extendidos como para afirmar que, al menos, ha contaminado con intensidad el conjunto de la acción política. Entre los más relevantes, se podrían citar: la apelación a lo nuevo en oposición a lo que se califica como política vieja; la consideración de la política esencialmente como un espectáculo comunicativo; la reducción del debate público a una simplificación incompatible con la realidad; o, por citar sólo los rasgos más característicos, la búsqueda de una polarización radical que elimina el acuerdo como fin de la acción política.