Manolo. Veinte años en el recuerdo

José Tudela Aranda, Letrado de las Cortes de Aragón y Secretario General de la Fundación Manuel Giménez Abad

Blog de Conrad Blásquiz "Desde la Aljafería"

Jueves, 6 Mayo, 2021

Han pasado veinte años. Veinte años que Manuel Giménez Abad debería haber vivido contemplando el crecimiento de sus hijos, sus bodas y el nacimiento de sus nietas. Construyendo su incipiente biografía política y disfrutando con Ana y con sus amigos. También, por supuesto, pasando sus malos momentos. Simplemente, debería haberlos vivido. Pero él, como tantos otros, no ha podido hacerlo porque un día unos pistoleros de ETA consideraron que era una víctima fácil y, a la par, útil para sus objetivos políticos. Lo decidieron y actuaron en consecuencia. Ni siquiera les importó matarlo en presencia de su hijo, Borja. Desde ese fatídico 6 de mayo, han transcurrido veinte años y hoy, como todos los 6 de mayo, pero con la fuerza añadida de las cifras redondas, volvemos la vista atrás. Cada uno lo hace desde su posición. La mirada de Ana, Manuel o Borja sólo es posible intuirla. Más sencillo es acercarse al espejo en el que nos veremos sus amigos el 6 de mayo.

Cuando llegué a Zaragoza con apenas 24 años recién cumplidos, Manolo acababa de tomar posesión del puesto de Letrado Mayor de las Cortes. Había aprobado la oposición con un compañero y llegamos para aliviar su carga de trabajo en un momento en el que, por las circunstancias, Manolo, aún siendo Letrado Mayor, había tenido que desempeñar las distintas funciones de un Letrado. Así, recuerdo como una de mis primeras conversaciones con él, aquella en la que me encomendó la tramitación de una ley, celebrando que nuestra venida le permitiría ir esa tarde a la Romareda a disfrutar de un partido europeo del Zaragoza, como es sabido, una de sus grandes pasiones. Pasión. Muchos de los que conocieron a Manuel Giménez Abad pueden extrañarse de relaciones esta voz con su personalidad. Pero no lo creo equivocado. Manolo era hombre de pasiones. Desde luego, su familia era la primera de ellas. Pero creo no errar si cito como ejemplos del Manolo pasional, además del Zaragoza (Se enteró del gol de Nayim paseando por una Zaragoza desierta y muda hasta el milagro, ya que los nervios le hacían imposible verlo por la televisión), la montaña; la política; Jaca; y, desde luego, Aragón. La convivencia diaria con Manolo me enseñó de la mejor manera posible la fortaleza de la identidad aragonesa y, creo, sus mejores rasgos.

Junto a su dimensión personal, es hoy de justicia reivindicar su faceta profesional. Su figura es esencial para comprender la construcción de una faceta menos brillante pero no por ello más necesaria de la autonomía aragonesa. Manuel Giménez Abad fue determinante para la construcción del soporte administrativo de la nueva Comunidad Autónoma tanto en el Gobierno, trabajando con Santiago Marraco y Andrés Cuartero como en las Cortes de Aragón, bajo la Presidencia de Antonio Embid. Sin él, y sin un pequeño número de funcionarios provenientes de los altos cuerpos de la Administración del Estado, no se puede comprender en su totalidad la historia de la Comunidad. Personalmente, tuve el lujo de poder trabajar con él en los inicios de las Cortes de Aragón. Lo más importante que aprendí fue la comprensión rigurosa del Estado de derecho, entender que el más irrelevante acto administrativo debe estar sujeto a Derecho, evitando cualquier tentación de arbitrariedad. Creo que Manolo se incorporó a la política, abandonando el puesto de Letrado Mayor cuando consideró que lo esencial en las Cortes ya estaba hecho. Santiago Lanzuela le planteó el reto de reformar la Administración de la Comunidad Autónoma y ello fue el impulso que necesitaba para dejar las Cortes. Se incorporó como independiente pero su pasión por la política fue superior y pronto ingresó en el Partido Popular para comenzar su fulgurante y conocida carrera política.

No se puede finalizar la evocación de Manolo sin reflexionar por lo sucedido con sus asesinos. No me refiero a quienes apretaron el gatillo, aún no juzgados. Me refiero a aquellos que justificaban el asesinato y la coacción como medio legítimo de acción política. Cuando en estas últimas semanas, las amenazas a los políticos han cobrado, desgraciadamente, actualidad, me ha sido inevitable volver a recordar los muchos meses en los que los Diputados de las Cortes de Aragón, por citar sólo a los más cercanos, debían mirar debajo de su coche e ir, los que podían, con escoltas. Volver a recordar todos los políticos asesinados con o sin amenaza previa. Todos los políticos, ciudadanos, expulsados, heridos o extorsionados. Fueron muchos años. En concreto, 28 años. Durante esos años los amenazados sabían que la amenaza firmada con ETA era un preaviso de muerte. Y sabían que estaban muy solos. La mayoría, callaba. ETA y sus correligionarios construyeron un sistema totalitario que llegó a hacer desaparecer por exterminio a un partido político del País Vasco (UCD) y que lo intentó con otros (PSOE y PP). Un sistema que en general, pretendió eliminar no sólo la voz sino la presencia de todos aquellos que no respondieran con pulcritud al ideal nacionalista en el País Vasco.

Sólo desde esta reflexión se puede juzgar el presente y la inserción del legado de las víctimas en la historia. Y creo que hay ser, por mucho que duela, sincero. La democracia española no ha realizado la lectura debida de su sacrificio y de su propia victoria frente al terror. Quienes sostuvieron ideológicamente y alentaron los crímenes tienen notables responsabilidades de poder; son considerados interlocutores naturales, normalizados, en la política incluso nacional; y siguen celebrando ritualmente efemérides relacionadas con su pasado. Todo ello sin ninguna reflexión crítica por lo sucedido. El seis de mayo de 2021 podremos evocar la dignidad y ejemplo irrenunciable de Manuel Giménez Abad y, con él, de todas las víctimas. Pero no con la necesaria contundencia, la victoria ideológica de los demócratas.

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