LUTERO Y EL PAPADO*

Ramón Teja Casuso

Catedrático emérito de Historia Antigua, Universidad de Cantabria

Miércoles, 11 Abril, 2018

Cuando se habla de mundanización, corrupción y desórdenes en la vida de la Iglesia en la época en que se inició la Reforma, se suele pensar en los “malos papas” y, en especial en Alejandro VI (1492-1503). Pero tal vez la situación era más grave y escandalosa en la época de Lutero y Erasmo con León X,  Giovanni de Médicis (1513-1521), el sucesor del papa guerrero  Julio II. Como ha escrito un famoso historiador católico de la Iglesia, Hubert Jedin, “tal vez fue más peligrosa aún la descomposición de la Iglesia bajo León X. No pueden echársele en cara las crasas ignominias con que Alejandro VI mancilló la cátedra de Pedro, pero sí una espantosa negligencia, ligereza irresponsable y un derrochador afán de placer. Se echan en él de menos el sentimiento de sus deberes y la responsabilidad de pastor supremo de la cristiandad... La disolución de lo cristiano no se da sólo en una vida descaradamente viciosa, sino también -y más peligrosamente aún-, en una consunción interna, en una lenta pérdida de sustancia, en una insensible mundanización y difusa irresponsabilidad. Vástago de los Médici, sobrino del gran Lorenzo, tomó posesión con un gran desfile, gran ostentación del papado y de su corte, que imitaba una procesión del Santísimo - o, más bien, diría yo, un desfile tomado de la Roma de los Césares-. En una gran pancarta se leía. Antaño imperó Venus, (bajo Alejandro VI), luego Marte (bajo Julio II); ahora empuña el cetro Palas Atenea. Al tiempo que los humanistas y artistas celebraban así a su protector y Mecenas, se anunciaba también la frívola mundanidad y negligencia que caracterizaron su pontificado en el momento en que Lutero daba el compás de entrada de la Reforma protestante”, (Historia de la Iglesia, Ed. Herder, Vol. V, p.48).

Pero la corrupción mundana del papado no era, como he señalado, sino una expresión de lo que ocurría con el clero en general, y con la Curia romana en especial. Cuando el austero Adriano de Utrech, Adriano VI, sucedió a León X en 1521, pronunció en su primer discurso ante el Consistorio cardenalicio estas palabras: El vicio se ha hecho tan natural (en la Curia romana) que los que con él están manchados no sienten ya el hedor del pecado. Además la Iglesia era concebida como una propiedad del clero que proporciona grandes beneficios económicos. Obispos y párrocos no se consideraban simples titulares de un oficio, para cuyo ejercicio se les atribuía el sustento necesario, sino detentadores de bienes y prebendas pues también podían acumularse en la misma persona numerosas parroquias o diócesis. Un ejemplo, en 1556, después de las reformas promovidas por Trento, el cardenal Alejandro Farnesio, sobrino de Paulo III, disfrutaba de 10 obispados, 26 monasterios y otros 133 beneficios diversos (parroquias, capellanías, canonicatos…). Además, en algunos países, como Alemania, las sedes episcopales y la mayor parte de las Abadías solo eran accesibles a personas de la nobleza.

En Roma, la caja de la Curia se llenaba con diversos tipos de impuestos, tarifas, donaciones más o menos voluntarias de todos los países católicos y, especialmente con los ingresos de las indulgencias de las que existía un tráfico desmesurado. Con todo, el lujoso tren de vida de la Corte papal, la actividad edilicia y las guerras constantes daban lugar a que las dificultades financieras fuesen permanentes.

Aunque fue alabado su buen carácter –Erasmo de Rotterdam dice de él: Nihil hactenus visum est placidius aut flacidius (“Hasta el presente no se ha visto nada más apacible y tratable”, no sorprende que León X muriese en 1521 sin haberse enterado de lo que significaba la contestación luterana y su trasfondo religioso, social y político en el que la corrupción y decadencia del papado desempeñaban un protagonismo privilegiado.  

Fue una desgracia que el sucesor de León X, Adriano de Utrech, confesor de Carlos V, obispo de Vitoria y único papa en muchos siglos imbuido de espíritu evangélico y que, desde el momento de su toma de posesión inició una reforma profunda de la Curia y de la Iglesia siguiendo las exigencias de Erasmo y otros Reformadores, y del propio Carlos V, muriese tras apenas un año de pontificado. Fue el último papa no italiano hasta la llegada del polaco Wojtila y no es casual que, como reacción contra sus intentos de reforma, fuese sucedido por otro Medici, Giulio, vástago ilegítimo y sobrino en este caso de Julio, Clemente VII (1523-1534). Desde su elección en 1523 su principal y casi única preocupación fue apoyar los intereses de su familia y consolidar el dominio de esta en Florencia mediante la diplomacia y la guerra. Por ello su principal preocupación, no fue ni la rebelión luterana, ni la reforma de la Curia, sino los enfrentamientos con un monarca tan poderoso como Carlos V: el famoso Saco de Roma por las tropas imperiales y la posterior coronación del Emperador en Bolonia, son los hechos más destacables por los que pasó a la historia. Mientras el emperador le apremiaba a convocar un concilio, invitando incluso a los cardenales a que lo hiciesen ellos ante la negativa del papa, Clemente VII abominaba y temía el concilio como el principal peligro para la pervivencia del papado pues recelaba incluso de que un concilio cuestionase su elección y pusiera en tela de juicio su legitimidad como papa. El concilio no se convocó, pero el 24 de febrero de 1530, fecha del natalicio de Carlos y aniversario de la batalla de Pavía, impuso en la iglesia de san Petronio de Bolonia la corona imperial a Carlos V.

Unas consideraciones fundamentales sobre un tema tan importante y discutido como las relaciones entre Erasmo de Rotterdam y Lutero. Erasmo compartía con Lutero el desprecio por la Escolástica huera y vacía, la necesidad de volver a la Escritura y al Evangelio y muy pronto se dio cuenta de que el monje agustino no podía ser reprimido con condenas como la Bula Exsurge Domine. Su escrito Acta Academiae Lovaniensis contra Lutherum de 1520 concluye con este juicio de un carácter casi profético: “Es fácil sacar a Lutero de las bibliotecas, pero no es fácil sacarlo de los pechos de los hombres si no se refutan las indudables pruebas que se han esgrimido, si el Pontífice no enseña lo contrario con los testimonios de las Sagradas Escrituras. Bastante tiempo se ha engañado al mundo con estas mentiras; de ahora en adelante el mundo desea ser enseñado. Y no faltan mentes que puedan ser reorientadas con verdades, que no puedan ser asustadas con un poco de humo. La verdad no puede ser aplastada, incluso si Lutero es aplastado (veritas nescit opprimi etiamsi opprimatur Lutherus)”.

No obstante, algo quedó muy claro, aunque no todos lo quisieran ver en sus días: en lo que jamás pensó Erasmo era en la ruptura con Roma y mucho menos en que se llevara a cabo con la violencia con que se llevó a cabo por parte de los luteranos, algo que le parecía intolerable… Con todo, es explicable que Lutero intentara ganarse a Erasmo por lo que su prestigio representaba para su causa. Y no es menos explicable que los papistas intentasen un posicionamiento claro pues en su Enquiridium de 1518 expresaba su sintonía con algunas de las posiciones de Lutero… La neutralidad de Erasmo se quebró después de los escritos más radicales de Lutero y de su abierta ruptura con Roma… Erasmo moriría  convencido del imposible diálogo con los luteranos y decepcionado porque no se alcanzaran las soluciones que solo podrían alcanzarse en un concilio general tan deseado y que nunca llegaba pues, como era de prever, en aquellos días estaban ya en juego demasiados interese políticos, económicos y de mentalidad al socaire de la división, y, como siempre, Erasmo tuvo contradictores entre católicos y protestantes como para que fructificaran sueños de tan temprano ecumenismo como el suyo”, Teófanes Egido.

*Resumen de Ponencia de su intervención en la Jornada "Una lectura contemporánea de la reforma protestante", celebrada el 11 de abril de 2018

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