Una echa la vista atrás y ya no recuerda cuándo comenzó la campaña electoral. En un año en el que se han juntado elecciones generales con autonómicas, locales y europeas uno ya no sabe cuándo pasó un día sin ver un mitin o leer una promesa electoral.
Haciendo un trabajo de Derecho Foral donde se nos planteaban hipotéticos escenarios, una de las preguntas era sobre la posibilidad de que un menor de 14 años pudiese votar en unas elecciones; la respuesta fue contundente “¡NO!”. Aplicando la LOREG y la Constitución ya tenía todo ganado, pero buscando argumentos que completaran mi respuesta me encontré por casualidad con un artículo de opinión del catedrático en Derecho Constitucional Miguel Ángel Presno Linera, para el Diario Expansión.
Pese a tener plenamente decidido el sentido de mi voto desde hace meses, hoy, jornada de reflexión, creo que es un buen momento para pararse a analizar el discurso de los partidos. Siempre suelo decir, sin mucho temor a equivocarme, pero simplemente basándome en lo que oigo, que hay discursos de partidos aparentemente opuestos en lo ideológico que fundamentan sus ideas en los mismos hechos. Para muestra, un botón: he cogido la propaganda electoral de casa y me he dispuesto a leerla.
El concepto de fake news hace acto de presencia en la vida cotidiana de la sociedad desde hace ya varios años, especialmente tras las victorias de Trump y el Brexit. Las nuevas tecnologías han supuesto que hoy en día vivamos en la época del mayor acceso gratuito y libre al conocimiento, aunque irónicamente han tenido el efecto simultáneo de desnaturalizar las fuentes de información. Hoy, prácticamente cualquier persona puede generar desde el sillón de su casa una historia, una noticia o una imagen que llegue a miles de personas.
Pasadas unas elecciones, lo más usual es empezar a leer titulares en los periódicos que buscan hacer “una lectura de los resultados”, refiriéndose en realidad a hacer un análisis más o menos pormenorizado sobre los mismos. Lo leído hasta ahora, a mi parecer, no evidencia claramente la realidad porque, una vez más, se impone la opinión política del periodista en cuestión al hacer la valoración pertinente.