LEYENDO RESULTADOS

Sergio Planas


Jueves, 9 Mayo, 2019

Pasadas unas elecciones, lo más usual es empezar a leer titulares en los periódicos que buscan hacer “una lectura de los resultados”, refiriéndose en realidad a hacer un análisis más o menos pormenorizado sobre los mismos. Lo leído hasta ahora, a mi parecer, no evidencia claramente la realidad porque, una vez más, se impone la opinión política del periodista en cuestión al hacer la valoración pertinente.

En primer lugar, la victoria de Pedro Sánchez no es discutible. El Partido Socialista ha ganado las elecciones generales por primera vez desde hacía ya más de una década. Como no puede ser de otro modo, mi más absoluta enhorabuena por el resultado obtenido. Debo decir que hace poco más de dos años, cuando el PSOE entró en la peor crisis interna de su historia y Sánchez llegó incluso a dejar su escaño, no hubiera creído que Pedro Sánchez convocaría unas elecciones como presidente del Gobierno teniendo, al menos aparentemente, el respaldo de su partido, y ganara dichas elecciones casi doblando en escaños al segundo partido. Sencillamente impresionante.

Ahora bien, la realidad es que la izquierda no ha “barrido”, como algunos nos pretenden hacer ver, a la derecha. Si sumamos todos los votos de los partidos de izquierdas que han obtenido representación, la suma resultante es de 12.712.827 votantes que les han entregado la confianza. Sin embargo, las derechas (incluyendo en ellas a Cs, aunque sean fundacionalmente socialdemócratas y actualmente, según ellos mismos, de centro liberal) cuentan con 12.169.185 votos. Es decir, la diferencia es de poco más de medio millón de votos, a favor de la izquierda. ¿Cómo puede ser, entonces, que la diferencia en escaños sea mucho más importante?

La respuesta es sencilla: la LOREG aplica el sistema D’Hondt, que es más favorable a los partidos que concentran el voto. En el sistema bipartidista imperfecto que teníamos previamente a 2011, el sistema D’Hondt no había generado problema alguno. En 2015, con la irrupción de Podemos y Ciudadanos, la ausencia histórica de precedentes y, sobre todo, la sorpresa y el desconcierto por el quebramiento del bipartidismo, hicieron que la clase política española no pudiera llegar siquiera a conformar una mayoría para gobernar, repitiéndose las elecciones en 2016 -y confirmándose, con pequeñas variaciones, lo que los españoles ya habían dicho en las urnas.

Ahora bien, por si no fuera suficiente la fragmentación ya existente del parlamento, en estas elecciones ha irrumpido Vox, la versión española de Donald Trump, la Liga Norte italiana o el Frente Nacional francés. Con la aparición de Vox y el giro discursivo de Ciudadanos -que, pese a que ahora afirma negarse a pactar con Sánchez, en 2015 pactó con el líder socialista un gobierno que no llegó a existir por falta de apoyo parlamentario-, el Partido Popular ya tiene, ahora mismo, a dos competidores en el espectro de la derecha, que tradicionalmente había sido única y exclusivamente controlado por los de Aznar y Rajoy.

Lo cierto es que, durante el transcurso de la campaña, los discursos de los tres partidos de derecha no han variado en exceso. Hubo, eso sí, dificultades para decidir cómo actuar o relacionarse con los ahora ya nuevos huéspedes del Congreso, los de Abascal: Ciudadanos tuvo la presión de Manuel Valls desde Barcelona, que consiguió que Rivera trazara una línea de separación con el partido verde, mientras que el Partido Popular, si bien es cierto que hizo un leve giro a la derecha, no impuso un cordón sanitario a Vox en ningún momento. Vox, por su parte, se centró en llamar “derechita cobarde”, como viene siendo costumbre, a los de Casado. Sea como fuere, no es nada de todo eso lo que ha provocado la debacle popular ni de la derecha en general, sino la aparición de opciones distintas y la consiguiente fragmentación del voto.

Hemos visto que los resultados electorales, en votos, evidencian una división importante entre el electorado en el eje izquierda-derecha, en el que los partidos de derechas han obtenido, en realidad, un 48,9% de los votos. Con el sistema actual, si el Partido Popular, Ciudadanos y Vox hubieran ido unidos y todos los votos que han obtenido se hubieran mantenido en dicha coalición, hoy tendrían una abrumadora mayoría de 174 escaños, quedándose a dos de la mayoría absoluta -frente a los escasos 147 que tienen realmente. La realidad es que los tres grandes partidos de derechas suman un 42,82% de los votos en ambos casos. La diferencia es la división o indivisión del voto.

Algunos pretenderán achacar la división al liderazgo de Pablo Casado o a la corrupción que surgió en las filas del Partido Popular hace unos años. Análisis equivocado, en mi opinión. Pablo Casado, igual que Pedro Sánchez, lidera un partido tradicional, que tiene hábito de gobierno. A parte de que eso, de por sí, genera un inevitable desgaste, la experiencia de gobierno y el tener que enfrentarse a problemas reales teniendo la responsabilidad de solucionarlos hace que los programas electorales de los grandes partidos estén llenos de propuestas concretas en los distintos ámbitos de la política.

Vox se ubica en otra estrategia electoral, que comenté en un artículo anterior, mientras que Ciudadanos juega con la ventaja de no haber gobernado y de tener líderes aparentemente más modernos que los del resto de partidos. Tanto es así que Ciudadanos podría haber realizado un sorpasso al PP si el partido azul no se hubiera valido de la fortaleza del voto gallego o castellanoleonés. Pues bien, señores, así es como Vox y Ciudadanos han seducido gran parte del voto de la derecha que, en buena medida, ha quedado en los colegios electorales y no se ha traducido en escaños por la mencionada división. Hoy por hoy, si el votante de derechas quiere que la derecha gobierne, debe votar unido. Lo mismo le digo a la izquierda; si quiere gobernar, debe votar unida.

En el Senado, debo decir, aún se ha hecho más patente la fragmentación del voto. El sistema electoral del Senado, bastante particular y que también está pensado para un país bipartidista imperfecto, ha permitido al Partido Socialista obtener una abrumadora mayoría absoluta de senadores electos, mientras que Ciudadanos ha obtenido únicamente cuatro senadores -y Vox, cero. Insisto; el sistema electoral beneficia a los partidos que concentran el voto, y el votante de derechas ha preferido seleccionar a una opción distinta a la mayoritaria -como en su día les ocurrió a los de izquierdas- antes que concentrar el voto y ganar, de este modo, las elecciones. Como dijo el presidente de Galicia, el popular Núñez Feijóo, más de la mitad de los votantes de Vox ya se han arrepentido de haberles votado. Les aseguro que conozco a más de uno.

Ahora bien, ¿cómo puede ser que, contra todo pronóstico, las izquierdas tengan mayoría absoluta en el Congreso? La respuesta la tuiteó Jordi Évole, periodista con el que a menudo no coincido pero que en esta ocasión estuvo, a mi parecer, muy acertado: “el día en el que la extrema derecha movilizó a la izquierda”. Siempre he dicho que el mejor medio de movilizar al electorado de derechas es publicar encuestas diciendo que gana la izquierda -y viceversa.

El votante de izquierdas, ante el temor de la irrupción de Vox en el Congreso, ha saltado del sofá cual resorte y ha ido a votar en masa, concentrando el voto en quien podía gobernar: Pedro Sánchez. El resultado ya lo conocen: una participación muy importante, la concentración del voto de izquierdas en el PSOE y la división del voto de derechas. Conclusión: victoria arrasadora de los socialistas. Les reitero mi enhorabuena. Debo decir, asimismo, que Pedro Sánchez ha sabido jugar muy bien sus cartas: la misma herramienta que ha usado para dividir el voto de la derecha (Vox) la ha empleado para movilizar al electorado de izquierdas. El partido de ultraderecha se ha convertido en el instrumento de Sánchez para ganar las elecciones y, contra pronóstico, ser el único con opciones reales de gobierno.

Como inciso, hay una lectura que nadie hace; EH Bildu ha doblado sus escaños. En el mapa que les adjunto no son escasos los verdes claros en el País Vasco y Navarra, especialmente en la zona de montaña. Creo, sencillamente, que es una mala noticia para todas las víctimas del terrorismo que un partido liderado por quien ha sido condenado en firme en el Tribunal Supremo por pertenecer a ETA doble sus resultados. Así se lo trasladé a alguien de mi siempre apreciada AVT. Curioso, además, que sus siglas sean “EHB”. Inevitable acordarme, por una cuestión meramente alfabética, de HB.

Habiendo hecho el análisis global, la pregunta es la siguiente: ¿por qué, en la situación en la que estamos -juicio al procés, crisis soberanista y la crisis económica que ya se avecina-, el votante de derechas no ha aparcado sus diferencias y ha concentrado el voto? ¿Por qué tampoco lo hicieron los votantes de izquierdas en 2015 y 2016, después de los recortes que rechazaron con vehemencia? La respuesta es sencilla, y no me voy a entretener en ella: porque falta cultura democrática, falta conocer bien el sistema en el que estamos. Y, lo más importante, sobran tertulianos que nos digan lo que tenemos o no tenemos que votar basándose en medias verdades o, directamente, en flagrantes mentiras.

Por cierto, debo rebatir el argumento, usado por Pablo Iglesias, de que España es plurinacional y, para ello, solo tenemos que ver el mapa del voto. El sr. Rufián, desde la tribuna del Congreso, afirmó lo mismo hace no mucho tiempo. No cuestiono, faltaría más, que argumentar la plurinacionalidad de España es perfectamente respetable. Ahora bien, vincular la ideología al territorio es propio de otras latitudes y de otras etapas históricas, señores Iglesias y Rufián.

Se lo dice un votante catalán: ni ustedes ni nadie le van a retirar a ningún otro ciudadano su condición de catalán, gallego, vasco, andaluz o manchego por no comulgar con una ideología, sea o no la ganadora de unas elecciones. Es tan catalán un votante de ERC como uno de JxCAT, uno del PSC, uno del PP o uno de Vox, y si alguien no lo ve así es porque tiene un profundo problema de etnicismo totalitario. Como dijo Nacho Duato en una muy emotiva intervención: “qué suerte que hayas nacido en una España libre, una España democrática, y no la que me tocó vivir a mí”.

Ahora bien, se confirma que las zonas menos nacionalistas de Cataluña son la costa de Tarragona y Barcelona, con triunfos abundantes del PSC, y el Valle de Arán, donde se encuentra uno de los dos únicos pueblos catalanes donde ha ganado Cs (Arres; el otro es Vilamalla, en Girona) y el único donde ganó el PP (Bausen, el pueblo más norteño de Cataluña). La capital catalana, Barcelona, fue de ERC -seguida de PSC y ECP-, mientras que Madrid fue otro triunfo socialista, a más de 100.000 votos de los populares.

Por último -ya termino, se lo prometo-, debo hacer, inevitablemente, una última reflexión. En las elecciones que acabamos de vivir, el electorado ha percibido la existencia clara de dos bloques enfrentados en el eje izquierda-derecha -como en las elecciones de 1936. La izquierda ha ganado frente al asombro de la derecha -como en 1936. Han aparecido discursos radicalizados y se ha agitado el discurso del miedo -como en 1936. En la última legislatura ha habido una proclamación de república absoluta y flagrantemente ilegal y antidemocrática en Cataluña, mi tierra -como en 1936. El Estado, en la última legislatura, ha tenido que tomar medidas excepcionales frente a algunos territorios -como en 1936. El nacionalismo catalán está en pleno auge -como en 1936. Uno de los grandes líderes de la derecha, Javier Maroto, se ha quedado sin acta de diputado -como en 1936 le ocurrió a Lerroux. La coyuntura internacional es francamente convulsa -como en 1936. Están en auge los populismos de izquierda y de derecha, tanto dentro como fuera de España -como en 1936. Nada más que decir, señoría. Recojámonos en la Constitución, y seamos leales. Y legales.

Resultados de las elecciones generales de 2019 por municipios (península y Baleares). Fuente: https://www.levante-emv.com/elecciones/2019/04/29/resultados-elecciones-generales--psoe/1868160.html (consultado a 05/05/2019)

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