Cuando creemos en una cosa hasta la médula, parece que no existe nada ni nadie capaz de cambiar nuestro parecer. En mi caso, creía que, pese a que Portugal es un país aliado, al que numerosas veces hemos prestado ayuda (incendios forestales y otras catástrofes), y del que la hemos recibido (sin ir más lejos, tras el accidente ferroviario de Santiago, cuando el país luso nos ofreció asistencia sanitaria y de rescate), nuestras diferencias políticas (para comenzar, Portugal es una República, y España una Monarquía) harían inimaginable una unión entre ambos países.