Las elecciones del pasado 28 de abril han sido, probablemente, las más polarizadas de nuestra joven democracia. A pesar de la aparición y la consolidación de nuevos partidos en detrimento del criticado bipartidismo, éstos no han conseguido acabar con el tradicional enfrentamiento ideológico entre la izquierda y la derecha. De hecho, lo han acentuado todavía más, llevándolo a todo tipo de terrenos: inmigración, feminismo, religión, organización territorial, etcétera.
Se acerca el día de las elecciones Generales, una fecha tan deseada por unos y qué pasa tan desapercibida por otros.
Escribo esto a día 24 de abril, y observó a la población indecisa y a su vez descontenta, algunos ni siquiera tienen ganas de votar y devalúan este derecho.
Cuando creemos en una cosa hasta la médula, parece que no existe nada ni nadie capaz de cambiar nuestro parecer. En mi caso, creía que, pese a que Portugal es un país aliado, al que numerosas veces hemos prestado ayuda (incendios forestales y otras catástrofes), y del que la hemos recibido (sin ir más lejos, tras el accidente ferroviario de Santiago, cuando el país luso nos ofreció asistencia sanitaria y de rescate), nuestras diferencias políticas (para comenzar, Portugal es una República, y España una Monarquía) harían inimaginable una unión entre ambos países.
Estamos frente a una partida de ajedrez que marcará un antes y un después en la Historia, donde cada movimiento puede ser definitivo para un resultado que, de momento, continúa en tablas. En un bando encontramos a Theresa May, como leí en un artículo de El País hace pocos días, la estoica capitana que no abandona el barco mientras sus oficiales saltan por la borda; en el otro, distinguimos a la vieja guardia, poniendo en marcha todos sus mecanismos para mantenerse sin fisuras la rigidez de la nación europea frente a la aparente flexibilidad que muestra hacia el exterior.
Profesora de Ciencia Política y de la Administración de la Universidad de Santiago de Compostela
Miércoles, 20 Febrero, 2019
Esta intervención versó sobre el carácter nacional de las elecciones al Parlamento Europeo (PE), el poder creciente de esta institución en la producción legislativa, así como en la planificación del gasto a medio plazo, y su mayor vinculación a la Comisión Europea tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, en diciembre de 2009.