DOBLAN LAS CAMPANAS

Miguel Larragay Coscolluela


Martes, 19 Enero, 2021

Un grupo de residentes turcos de Wangen (Suiza) quería construir un minarete sobre el tejado de su mezquita. Se les denegó el permiso y el asunto acabó en el Tribunal Supremo del país, en medio de un fuerte debate con todos los partidos políticos del país involucrados. Los jueces suizos fallaron a favor de su construcción, puesto que prohibirlo no respetaría la libertad de culto consagrada por su Constitución. Sin embargo, los partidos no quisieron acabar con la polémica y la sociedad suiza decidió en referéndum, con un 58% de votos a favor, la prohibición de minaretes. Desde entonces el artículo 72.3 de la Constitución suiza dice: “Se prohíbe la construcción de minaretes”. Era 2009 y el mundo occidental acababa de caer en la peor crisis económica en décadas.

7 años después, el 8 de noviembre de 2016, y en un contexto de inestabilidad y de mundo cada vez más fragmentado, Donald Trump obtuvo la presidencia de EE.UU apenas unos meses después de que Reino Unido decidiese mediante referéndum dejar de ser miembro de la Unión Europea. Es cierto que la tierra no tembló, ni se estremecieron los cielos, ni el sol y la luna han oscurecido, y tampoco las estrellas han perdido su resplandor, pero el mundo que vivimos no ha vuelto a ser como el que era antes de 2008.

Las imágenes del asalto al Capitolio de los Estados Unidos que se produjo el 6 de enero de 2021 hubieran sido imposibles de imaginar hace una década y, sin embargo, parecían inevitables hace unos meses. Ni mucho menos serán un punto final a la escalada de violencia y polarización que vive el país. En esta línea, Yascha Mounk (Múnich, 1982), profesor de la Universidad Johns Hopkins y autor de “El pueblo contra la democracia” (2018) expone que la estabilidad en las democracias liberales se asentaba en tres pilares:

  1. Limitados medios de comunicación que actuaban como moderadores y que limitaban la difusión de las ideas más extremistas.
  2. Crecimiento económico ininterrumpido desde las décadas de la posguerra, asentamiento de la clase media con expectativas de mejora generacional y reducción de la desigualdad.
  3. Composición étnica homogénea de las sociedades occidentales.

Hoy, estos 3 pilares se tambalean creando situaciones de crisis en Estados de todo el mundo con escasa capacidad de respuesta.

  1. Las redes sociales son la mayor herramienta de consumo de información, ilimitada[i], al alcance de toda la población, difícilmente verificada o con mucha probabilidad sesgada. Por otro lado, muchos medios tradicionales, inmersos en crisis de ingresos, han apostado por líneas editoriales ideológicamente más puras y artículos cuyo único objetivo es generar polémica y debate generador de “clicks”, puesto que los ingresos por visitas son independientes de los sentimientos del lector de turno.
  2. En apenas una década hemos vivido sucesivas crisis que por primera vez ponen en jaque la idea popular de que “los hijos viven mejor que sus padres”. El paro juvenil ya no entiende del nivel de educación (40,9%), y derechos sociales considerados inamovibles como las pensiones de jubilación están en peligro de desaparecer en décadas. Los Estados, cada vez más endeudados entre sí, son cada vez menos capaces de proteger con eficacia a su población contra las catástrofes.
  3. La llegada de oleadas migratorias y las crisis de refugiados desde la Guerra de Siria han traído al debate político la identidad y soberanía nacional, así como el cuestionamiento de las organizaciones supranacionales.

A este contexto ha llegado como gasolina al fuego la pandemia del COVID-19. El cóctel de miedo perfecto para el empuje populista, tal vez sin retorno, de los partidos políticos en todas las democracias liberales. Cuando en “Bienvenido Mr. Marshall” (José Luis Berlanga, 1953) el alcalde del pueblo, superado por los problemas, sólo era capaz de expresar “no se me ha ocurrido nada, nada de nada, salvo lo de los críos y las banderitas” profetizaba la todavía incapacidad de nuestro tiempo para afrontar el cambio de un sistema que se resquebraja. Todavía no sabemos qué alternativa existe porque estamos caminando en círculos tropezando una y otra vez con la misma piedra.

Cuando un presidente o un partido populistas llega al poder, el siguiente también lo será. Esto ya se ha demostrado en otras partes del mundo, como en América Latina o Asia. Es muy complicado romper la cadena, pues nadie copia la táctica de los perdedores. Todavía es más difícil cuando las generaciones más jóvenes, mi generación, no ha conocido otra forma de hacer política. Un estudio del Centro para el Futuro de la Democracia de Cambridge con datos de aproximadamente 4,5 millones de jóvenes de 154 países concluyó que la generación “millennial” (1980-1996) es la generación más descontenta de la historia de la democracia (57% de los encuestados, 10% más que hace 25 años). El nivel más alto de insatisfacción se da en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Brasil, México, Sudáfrica y Australia. En todo el mundo. Un descontento que es aprovechado por la irrupción de partidos mesiánicos pese a que la culminación de estos procesos es siempre las instituciones parasitadas, robadas a los ciudadanos a los que en su día se señaló de enemigos, destruyendo en pocos años lo construido en décadas. Nosotros no podremos justificar que no lo supimos, pues España lo vive ya en Cataluña y su fantasma se pasea amenazante desde hace tiempo de derecha a izquierda.

Sobre mi generación recaerá en algún momento decidir hacia dónde queremos dirigirnos. Ya tenemos suficientes ejemplos en el mundo día tras día de hacia dónde no ir, de todo lo que podemos perder. Habrá que empezar por no recompensar electoralmente al discurso fácil, creer en los contrapesos de la democracia, apostar por una auténtica separación de poderes y por el respeto por la independencia judicial. A partir de ahí deberemos afrontar una nueva transición hacia un mundo que todavía no ha asumido la divergencia entre el progreso tecnológico y el ralentizado avance económico y social.

No llegaremos lejos si hemos acabado con toda la confianza en la que ha de basarse una sociedad. La confianza en las instituciones y sus normas, en los demás y en nosotros mismos. Si hay alguna certeza hoy, es que jamás podremos dar lo ganado por sentado. Ernest Hemingway, en 1940, escribió para el protagonista americano de “Por quién doblan las campanas”, Robert Jordan, el siguiente diálogo:

—¿Hay muchos fascistas en vuestro país?

—Hay muchos que no saben que lo son, aunque lo descubrirán cuando llegue el momento.

 

[i] O eso parecía hasta el bloqueo por parte de Google, Instagram y Twitter a Donald Trump.

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