CARTA A LOS REYES MAGOS

Lucía Castillo


Viernes, 23 Diciembre, 2022

Queridos Reyes Magos:

Este año me gustaría pedirles algo que solo está al alcance de su poder: que se cumpla la disciplina parlamentaria. Vivimos en España un desprecio absoluto por el respeto y la cortesía que deberían caracterizar el ejercicio de la actividad política, lo que supone, inevitablemente, la devaluación del Estado democrático.

En este último tiempo se han vociferado en sede de diferentes parlamentos expresiones como: “filoetarras”, “fascistas”, “aquel grupo fomenta la cultura de la violación” o “la señora Ministra tiene como único mérito haber estudiado en profundidad a su marido”. Todo ello aparece acompañado de abucheos, gritos y descalificaciones que convierten el debate parlamentario en un jaleo propio de taberna.

La consecuencia de esto es la interrupción constante del orador en el turno de la palabra y la imposibilidad de celebrar un debate con normalidad. Es cierto que la discusión y las réplicas son consustanciales  a la política. Son necesarias y positivas para encontrar las mejores soluciones a los retos que se plantean en una sociedad. No obstante, lo vivido recientemente supera todos los límites tolerables.

Me preocupa el pisoteo de las disposiciones sobre disciplina parlamentaria porque, a pesar de cumplirse el supuesto de hecho a diario, rara vez se aplica la consecuencia prevista. Las llamadas al orden indicadas por la mayoría de reglamentos se han convertido en una auténtica excepción, casi un hecho milagroso, aunque los exabruptos son el pan de cada día. La finalidad de estos preceptos reglamentarios no es otra que la de garantizar el correcto desarrollo de la actividad parlamentaria y proteger el decoro de la Cámara. Sin embargo, pese a que los políticos deberían ser los primeros en cumplir estas normas y velar por la salvaguarda del honor de los Parlamentos, el articulado sobre la disciplina en estas instituciones es generalmente ignorado.

En lugar de llamar al orden, como manda la normativa, es tendencia entre los Presidentes de los diferentes parlamentos, pedir silencio. Una obviedad absurda ya que los diputados deberían saber que un debate no puede existir sin escucha. Como máximo, si la barbaridad dicha es de cierta entidad, se solicita que el parlamentario retire las palabras proferidas (algo que, evidentemente, rara vez ocurre) y se ordena que no consten en el Diario de Sesiones. Si se cumplieran estrictamente los reglamentos, ya habría habido (merecidas) expulsiones que prevendrían futuros ataques en sede parlamentaria. Si se siguen consintiendo este tipo de comportamientos, el mensaje que están recibiendo sus responsables es la impunidad de saltarse a la torera los reglamentos.

El Derecho Parlamentario que se caracteriza por un gran margen de flexibilidad que le permite adaptarse a la práctica política de cada momento. Es un rasgo totalmente necesario en un área en el que la teoría no siempre resuelve los problemas. Sin embargo, creo que un exceso de esta libertad puede llegar a convertirlo en un sistema subordinado a su conveniencia. Quienes ocupan un escaño y quienes ordenan el debate deben ser conscientes de que no solo se están faltando al respeto entre ellos o a las instituciones, se lo están faltando a todos los españoles que están representados en la sede de la soberanía popular. No hay que olvidar que el artículo 23.1 de la Constitución le reconoce el derecho a participar en los asuntos públicos a los ciudadanos: ni a los diputados, ni a los partidos políticos.

No merecemos el zumbido constante de graves insultos ni el estruendo que provoca el lenguaje político más propio de una guerra. Como representantes, quienes ocupan un cargo de este nivel deberían tener un mínimo de saber estar. Igual que los alumnos, por pequeños que sean, están obligados a guardar las formas dentro del aula, con los diputados debería suceder lo mismo. Tienen que tomar conciencia de la enorme responsabilidad que supone estar sentado en un escaño y de lo que significa trabajar en un Parlamento, principalmente, porque, en gran medida, de sus actitudes depende la salud democrática de nuestro Estado y de nuestras instituciones. Ustedes, señores diputados, han sido elegidos para trabajar para mejorar la vida de la gente, no para dar espectáculo y atacar (a nivel político y personal) a su rival. Esto solo hace que se alejen cada día más de su deber.

Si se sigue permitiendo la desatención a las consecuencias de la indisciplina parlamentaria, el Congreso y sus homólogos autonómicos terminarán convirtiéndose en las peores tascas caracterizadas por el griterío de gente que pierde hasta los modales por defender sus intereses partidistas. La educación, el respeto, la cortesía y la tolerancia son los mejores atributos que puede tener un parlamentario porque fortalecerán la democracia y le ayudarán, sin duda, en la tarea de buscar el bien común.

En mi opinión, es indudable el carácter ofensivo  de las manifestaciones hechas en el Congreso por diputados o ministros,  desprestigian al Parlamento, a sus miembros y a los electores, rebajando al máximo la calidad del  contenido de un debate que debería centrarse en propuestas para mejorar la vida de la gente. Y créanme, sus Majestades de Oriente, cuando les digo que sobran problemas que resolver: la inflación que impide a familias acceder a productos básicos, la imposibilidad de poder poner la calefacción en estos días de frío, la falta de empleo de calidad o el asesinato incesable de mujeres y niños. Es evidente que con el insulto en la boca no se puede llegar a ningún acuerdo para aliviar las grandes dificultades que sufre la sociedad.

Confío en ustedes y en su magia para que, por fin, vuelva a imperar el respeto en los Parlamentos, para que a los diputados les llegue la cordura, la madurez y la sensatez y para que se cumplan las normas.

Cortes de Aragon

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