
“Hoy la unidad no es una opción, es un deber. Pero es un deber guiado por algo que nos une a todos: el amor por Italia”. Las últimas líneas del discurso de casi una hora de duración que Mario Draghi lanzó al Senado italiano podrían haberse pronunciado en casi cualquier rincón del mundo, pero es especialmente revelador que se hayan pronunciado en Italia.
De crisis políticas nadie sabe más que ellos, aunque hasta ahora su conocimiento sigue limitándose a cómo se sufren. El país ha tenido 67 gobiernos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1946-2021), cuatro en los últimos tres años. Doce de ellos duraron entre 3 y 6 meses; dos menos de tres meses. Si las crisis parlamentarias iban a ser una constante en Europa desde 2008, debía de ser Italia el epicentro del caos: 7 primeros ministros y 2 gobiernos “técnicos”. Ninguna potencia alcanza a Italia en récord de inestabilidad política, y el último capítulo de su historia comenzó a escribirse el 13 de febrero de 2021, con Mario Draghi como nuevo jugador de la ruleta rusa que es el parlamentarismo italiano. La elección de un hombre “extraordinario” para un tiempo “extraordinario” tampoco es nuevo, pues el ejecutivo de Draghi es el cuarto con naturaleza “tecnocrática”, con precedentes en Carlo Azeglio Ciampi (1993-1994), Lamberto Dini (1995-1996) y Mario Monti (2011-2013).
Aunque con vocación temporal, el nuevo ejecutivo italiano nace de un profundo sentimiento de necesidad patriótica, de resolver, en palabras del propio Draghi, “la peor crisis que enfrente el país desde la Segunda Guerra Mundial” mediante la ardua tarea de gestionar los más de 200.000 millones de euros servidos por Europa. El expresidente del BCE ha conseguido el apoyo de todas las formaciones políticas a excepción de la formación ultraderechista Fratelli d´Italia (Hermanos de Italia) para conformar un equipo de políticos (15) y técnicos (8). Un Gobierno multicolor con representación para 6 partidos con pocas o ninguna similitud entre ellos: Movimiento 5 Estrellas (4), Liga (3), Forza Italia (3), Partido Democrático (3), Italia Viva (1) y Artículo Uno (1).
Pese a que son muy conscientes de la dificultad, los egos y las tensiones internas que se viven desde el primer día, tanto los medios de comunicación como el grueso de la población italiana han decidido confiar en Draghi y su nueva política sobria, pragmática y alejada de los focos (por no tener, el nuevo presidente no tiene ni una sola red social).
En el otro lado del mediterráneo, en nuestro también convulso país, se habla desde hace años de la “italianización” de la política, un término que pueda encontrarse en artículos de opinión desde hace casi una década. Las circunstancias, la fragmentación parlamentaria o la cada vez más escasa duración de los gobiernos invitan a pensar una aproximación, pero ¿sería posible en España un Gobierno de estas características?
Desde un punto de vista constitucional la respuesta es sí, aunque debería llevarse a cabo de una forma muy distinta. El art. 99 de nuestra Constitución señala que “Después de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos constitucionales en que así proceda, el Rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno”. Es imposible en la práctica que Felipe VI se aventurase a pedir a un sujeto independiente que formase un Gobierno de la misma forma que Matarella, jefe de Estado de la República italiana, ha hecho con Draghi. Es decir, en el caso español, debería haber una predisposición de los partidos a un nombre concreto. La decisión de formar un gobierno “técnico” o cuya cabeza fuese “técnica” habría de ser “a priori”. Draghi construyó su gobierno y sus alianzas partiendo de la nada mientras en nuestro país dicha construcción nacería condicionada desde su concepción, lo que invitaría a los ciudadanos más escépticos a desconfiar de cualquier nombre que saliese del pacto.
Además, es muy difícil pensar en una figura lo suficientemente respetada, experimentada y del gusto de los grandes partidos que además posea un perfil “independiente”. Draghi fue gobernador del Banco de Italia de 2005 hasta 2011, cuando pasó a desempeñar el puesto de presidente del Banco Central Europeo (BCE) con la misión de salvar el euro y la Unión Europea. Su éxito le valió el apodo de “Super Mario”, y su frase “the ECB is ready to do whatever it takes to preserve the euro. And believe me, it will be enough” le convirtió en una leyenda europea. Su giro en la política económica marcó el principio de la recuperación, sobre todo para su propio país. Esta consideración de salvador frente a la crisis económica es un aval inigualable frente a la sociedad italiana. De hecho, su figura, símbolo de Europa y el “establishment”, ha recabado los apoyos de partidos antieuropeístas como la Liga y ha obligado a un viraje en la política en el M5S. Incluso desde los medios de comunicación italianos ya se habla de la posibilidad de que Draghi pueda impulsar la influencia de Italia dentro de la Unión Europea, y colocar a Roma dentro del eje París-Berlín dominado por Merkel (que abandona su cargo en septiembre) y Macron (que deberá pelear su reelección en 2022). Por si todo esto fuera poco, su nombre ya es el primero en la lista para ocupar la jefatura de Estado en la elección del próximo año.
Por otro lado, la política italiana peca de fragmentaria y corrupta, pero su sistema nace con una fuerte vocación de antimonopolio del poder y eso le ha forzado a tener una larga tradición de pactos de Gobierno o grandes coaliciones, entre fuerzas incluso dicotómicas. Tampoco tienen fuerza sus movimientos independentistas pese a las históricas fricciones entre Norte-Sur. Le Lega (anteriormente Lega Norte) hace tiempo que abandonó sus aspiraciones secesionistas para abrazar el populismo nacionalista, por lo que es relativamente más sencillo apelar al sentimiento de reconstrucción nacional y de proyecto común que en el caso español, donde 36/350 diputados condicionan el equilibrio entre regiones.
Y en último lugar, pese a las muchas similitudes entre ambos, no somos italianos. La ideología sigue siendo el elemento determinante a la hora de las votaciones, pero hace años que en Italia el análisis izquierda/derecha se ha diluido. El Movimiento 5 Estrellas, fundado por el cómico Beppe Grillo en 2009, explotó como partido anti-establishment dedicado a barrer indistintamente la vieja política corrupta y que llegó al gobierno a través de un marcado discurso populista que le ha llevado a gobernar tanto con la Liga primero como con el Partido Demócrata después. No hay un paralelismo similar en España, y es difícil imaginar que un nuevo partido pudiese recabar votos con una estrategia que no fuera “ideológica”, más aún cuando tanto Ciudadanos como Podemos, los partidos surgidos del mayor descontento social, están perdiendo votos y representación con cada convocatoria de elecciones. Esto no significa que nuestra población no esté tan descontenta como la sociedad italiana, sino que nuestro descontento es explotado apelando a la vieja polarización en vez de dirigirse frente a la clase política como tal.
Por lo tanto, ¿es posible que veamos algún día en España un gobierno técnico? Tal vez, aunque será muy distinto al que hoy ocurre en Italia. La normalización de la tecnocracia en caso de crisis que existe en el país trasalpino choca con nuestra convocatoria de elecciones para las mismas circunstancias. Sin embargo, la política española podría volver a estallar en 2022.
La gestión de fondos europeos, que es la razón principal por la Draghi ha aterrizado en el Palacio Chigi, es una fuerza de tensión entre la coalición PSOE-Podemos que puede quedar enormemente debilitada tras los resultados electorales de la formación morada en la Comunidad de Madrid. Tocará esperar a los resultados de la gestión de las ayudas a la economía, pero unas elecciones anticipadas prevén a día de hoy el crecimiento de VOX, la enésima caída de Podemos (sin Pablo Iglesias), la desaparición de Ciudadanos y un leve crecimiento del bipartidismo. Los resultados obligarán a la necesidad de pactos y, si las sumas de hoy no alcanzan a la formación de un Gobierno, volvería a saltar al escenario la posibilidad de un nuevo llamamiento a la “Gran Coalición” PP-PSOE. Que esta se encargue a un ejecutivo con nombres y un presidente independiente es ya ciencia ficción.
La tecnocracia no puede ser la solución definitiva, tampoco una garantía de éxito, es una anomalía que no es deseable pero puede actuar como freno y vuelta del contador a cero. Así se concibe en el caso italiano, acorralado en un callejón sin salida al que el sistema español va acercándose lentamente. La mayoría italiana mira su nuevo gobierno con optimismo, también con recelo, a la espera de que sea el principio del fin de los experimentos que fracasaron en la última década. Se contentarán con evitar el desastre. Porque no se trata de sustituir la voluntad popular ni a los políticos por figuras a las que esperar con una aureola, sino la búsqueda de una forma de seguir hacia adelante en un proyecto que todavía tenga el derecho de ser llamado común. Mientras ellos no pueden permitirse seguir dando vueltas en círculos, nosotros tenemos cada vez menos tiempo.